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Tengo la suerte de dedicarme a algo que me apasiona: dar forma verbal y física a las marcas. Traducir en textos, formas, colores y composiciones unos valores, una historia, una fortaleza… incluso traducirlos hasta en un espacio que se pueda ver, recorrer, tocar. Hay un lugar donde todo eso se potencia al máximo: las ferias.

Muchas marcas siguen dudando. Algunas van solo a ver, otras sienten que “eso es para grandes empresas” o que “ya no hace falta con todo lo digital que hay”. Pero si algo me ha enseñado mi experiencia diseñando stands y espacios de marca, es que nada sustituye la energía de estar ahí, presentes, con un espacio propio.

Las ferias son una escenografía viva donde el sector entero se encuentra. No hay filtros, no hay algoritmos. Solo personas, marcas, productos y conversaciones en directo. Tu público objetivo, tus competidores, tus posibles aliados estratégicos, y hasta ese cliente objetivo, están reunidos bajo ese techo. En ese contexto, tener un stand no es solo poner cuatro paredes y adornarlas con un logo y unas imágenes: es construir un pequeño universo donde la marca respira, vibra, conecta.

Hay algo que valoro mucho y que muchas veces pasa desapercibido: el encuentro humano. En ferias hay algo casi artesanal que se ha perdido en otros entornos. Se escucha, se observa, se aprende. Es un ejercicio de presencia. De mirar a los ojos. He visto a clientes habituales llegar y sentirse en casa, en familia, relajarse de verdad. Visitantes detenerse porque algo les llamaba la atención, entrar casi por curiosidad y salir con una tarjeta, una conversación pendiente o incluso un acuerdo cerrado. También a equipos de ventas brillar cuando tienen un espacio que los representa de verdad, que les da orgullo y confianza. Un buen diseño, bien pensado, puede traducir en metros cuadrados lo que una marca quiere transmitir desde hace años.

También es un baño de realidad, porque ahí ves lo que hacen los demás, cómo evoluciona el mercado, qué está funcionando y qué ya no. Es una oportunidad de afinar el mensaje, de inspirarse, de reajustar el rumbo si hace falta.

Por eso, cuando un cliente dice: “solemos ir pero nunca hemos expuesto” les preguntamos:
¿Y si en lugar de ver desde la grada, salís a la pista?

Exponer no es solo vender —aunque también—. Es decir “aquí estamos”, es demostrar solidez, ambición, compromiso. Es ilusionar a un equipo. Es ponerse las pilas. Es dar un paso adelante. Tener un espacio que hable por vosotros es una herramienta poderosa que deja huella mucho más allá de esos tres días de evento.

Así que sí, es inversión y esfuerzo pero también es visibilidad, confianza, contacto humano, experiencia, aprendizaje del sector, reputación de marca… todo junto, en directo, y en tiempo real.

Pero si se va a dar el paso, para que haya retorno, hay que hacerlo bien.  No basta con “estar”. No se trata solo de ser visto, sino de ser recordado.